oquedad

En la oquedad de tu nombre

12 €

Ficha

Autor: Fernando Menéndez
Género: Poesía
Páginas: 112
Dimensiones: 220 x 150 mm
Encuadernación: Rústica
Isbn: 84-935015-5-7

Sinopsis / Información

Es privilegio de los grandes poetas transmitir su experiencia emocional y lírica de tal manera que los lectores la reconozcan y sientan como propia. A través de los años, Fernando Menéndez, una de las voces más personales del panorama poético español, ha logrado, como afirma José Ramón González, que su «poesía enjuta, magra, escueta, vaya calando a golpe de lucidez e inteligencia».

En este libro se publican por primera vez En la oquedad de tu nombre y En el fondo de tu mudez, y se recuperan tres de sus poemarios anteriores: Fondo blanco, Contigo y Sin fondo para que quien pueda compruebe la grandeza de este poeta que ha ido creando con esos golpes de lucidez e inteligencia una obra de enorme altura y plena de significados y sugerencias.

Fernando Menéndez

Fernando Menéndez (Mieres, Asturias, 1953) el licenciado en Filosofía por la Universidad de Salamanca. Participó en la fundación del grupo poético Aeda, cuyo primer número apareció en 1978. Allí publicó La marea, serie de brevísimas composiciones poéticas de corte minimalista y existencial. Formó parte del colectivo salmantino Orilla izquierda. Su doble vocación de escritor y grafista le ha llevado a publicar, en limitadísimas tiradas, libros primorosos en que ha utilizado delicadas técnicas artesanales —collage, acuarela, tinta, etc.— e incluso su propia caligrafía: 39 haikús, Caligrafía en el horizonte y Aguamarina son un buen ejemplo. También ha recogido en una antología—Biblioteca interior (2003)— los aforismos de los más importantes cultivadores del género, en que él también destaca (Dunas, 2004).

ENTREVISTA DE JOSÉ LUIS ARGÜELLES EN LA NUEVA ESPAÑA

«El aforismo aspira a ironizar y a que el lector reflexione sobre la vida» «Mis formas literarias tienden al poema breve, a la condensación, a la desnudez y a la ambigüedad, lo que me ha llevado a una estética próxima al silencio» El poeta y escritor asturiano Fernando Menéndez (Mieres, 1953) acaba de publicar «Hilos sueltos» (Difácil), una suma de aforismos propios y ajenos con la que el también profesor de Filosofía abre una caja de ecos y resonancias que permite comprobar el sugestivo poder de esta forma breve, en la que el estilo se convierte en estilete. El libro incorpora unas imprescindibles «Notas sobre el aforismo», un muy acertado estudio en el que el profesor de la Universidad de Valladolid José Ramón González sintetiza, apoyado por una amplia bibliografía, algunas ideas sobre un tipo de escritura que, según afirma, «parece resistirse tercamente a cualquier intento de caracterización». Con esta entrevista a Fernando Menéndez tratamos de mirar por una ventana a la que cada vez se asoman más autores y lectores. —¿Qué es para usted un aforismo? —Es una frase que compendia en un breve giro de palabras el resultado de reflexiones, observaciones y experiencias. Además es un perfecto mecanismo expresivo que establece un equilibrio entre la elegancia y la sustancia del pensamiento. El aforismo aspira a ironizar y hacer reflexionar al lector sobre las cosas mínimas y grandes de la vida y se muestra envuelto en la elegancia y la ambigüedad del escrito. La estructura del aforismo es del todo particular; en su aparente simplicidad goza de una máxima densidad conceptual y poética. Una mínima brevedad formal, austeridad y desnudez caracterizan esta forma breve que pretende conciliar cosas inconciliables: la riqueza y la profundidad del significado con la concisión del significante. En consecuencia, el aforismo concilia lo particular con lo universal, la subjetividad y la universalidad. Sus temas son el lenguaje mismo de la poesía, el hombre y su relación con el mundo, por eso los escritores de aforismos son escritores de meditaciones, donde pensar y poetizar son el ejercicio mismo de la interrogación del hombre en su interioridad y su exterioridad. —Hay quien confunde la máxima con el aforismo. Algunos estudiosos afirman que el «Diccionario de la Lengua Española» mezcla, erróneamente, ambos términos al atribuir al segundo, también, el carácter de sentencia o regla doctrinal. Yo creo, sin embargo, que el buen aforismo tiene más de fogonazo lírico que de adagio moral. Me gustaría conocer su opinión. —La confusión surge de varios enunciados sobre la máxima y el aforismo a través del tiempo, que sería largo de detallar en esta entrevista. Hoy en día se les encuadra como formas breves dentro de la escritura fragmentaria. Tenemos que pensar que la fragmentación tiende a la versión aforística desde Baudelaire, Rimbaud, algunos surrealistas, o Char, por poner sólo algunos ejemplos. Quiero decir que los poetas, como los moralistas, incluyen en el ejercicio poético la interrogación moral. Puede que estas formas breves sean a la postre una conjunción de la literatura y de la filosofía. No debemos olvidar que las cualidades del aforista deben ser la densidad, la ironía, la inteligencia, la fuerza ambigua o la marginalidad nutrida de paradojas. Todas ellas razones de ser para la literatura y el pensamiento estrictamente filosófico. —El gran aforista que es Cristóbal Serra afirma que el aforismo tiene «más de desaforado que de razonable». Y añade: «Como no tire a cómico, el dicho no será aforismo». ¿Está de acuerdo? —Pienso que lo que dice Serra es una opinión más dentro las demasiadas opiniones diferentes de los muchos aforistas que han existido y existen. —Pese a Gracián o a autores como José Bergamín y Gómez de la Serna, cuyas greguerías tanto tienen que ver con la tradición en la que se inscribe el aforismo, los escritores españoles han sido remisos, a diferencia de lo que ocurre en otros países de nuestro entorno cultural, a las llamadas formas breves. ¿Por qué? —Es difícil contestar a esta pregunta. Es cierto que después de Gracián no hay casi ejemplos de aforistas y que sí los hubo en otros países como Alemania, Francia e Italia, por cierto, países con más libertad para escribir, pensar o tratar temas sobre las sociedades en las que han vivido esos escritores. Otra razón puede ser que al aforismo no se le ha dado el tratamiento adecuado académicamente y editorialmente? Imagino que puede haber muchas otras razones. —En el magnífico prólogo que José Ramón González ha puesto a su libro, el profesor de la Universidad de Valladolid afirma: «Podríamos hablar entonces del aforismo como expresión de un pensamiento nómada o trashumante, o de un pensamiento fluido, líquido, no acumulativo». Y más adelante: «Los aforismos vienen a ser una suma de instantes, y en este sentido, la escritura aforística se aproxima a la escritura autobiográfica o a la escritura diarística». Son dos opiniones que me parecen inteligentes porque aciertan con el núcleo del asunto: el aforismo como escritura fragmentaria y escritura del yo. No sé si comparte también esta opinión. —Pienso que el profesor José Ramón González acierta en sus opiniones después de haber consultado una bibliografía muy extensa. Se comprende también que el aforista, cuando escribe, deja escrita su relatividad, subjetividad, ironía? Partes de sí mismo, de su yo, a la vez que participa de un tiempo histórico y de su mentalidad. —Usted es también autor de una obra poética de línea muy minimalista. ¿Qué relación hay entre sus aforismos y sus poemas? ¿Cuándo sabe que está ante un aforismo o ante un verso? —Mis formas literarias tienden al poema breve, a la condensación, a la desnudez y a la ambigüedad, todo ello me ha llevado a la fragmentación y a la proximidad estética del silencio, al haiku y al aforismo. En cuanto a si sé cuándo estoy a la entrada de un aforismo o ante un poema es cuestión de tiempo, trabajo y disposición puramente literaria el que me decante por un poema u otras formas breves. —¿Qué autores españoles y extranjeros de aforismos le interesan y por qué? —Entre los autores españoles que siempre me han interesado quiero destacar a Juan Ramón Jiménez por la belleza de su escritura y sus obsesiones; a Bergamín por su contundencia e inocencia; a Joan Fuster por su fuerza y sinceridad, y a Carlos Edmundo de Ory por su ironía y poesía. De entre los aforistas extranjeros que me interesan, citaré a Camilo Sbarbaro por su delicadeza y sencillez; a Gesualdo Bufalino por su contundencia y profundidad; a Alessandro Morandotti por su dedicación y escepticismo; a Ennio Flaiano por su sátira y observación; a Louis Scutenaire por su desenfado y, para concluir, a René Char por su poesía y misterio; a Paul Valéry por su profundidad y soledad o a Jules Renard por su juego y desenfado. —Cite un aforismo propio y otro de cosecha ajena que le gusten especialmente. —Uno mío podría ser: «A pie de página, helarme de amor». Y puesto a seleccionar un aforismo de los autores que he citado, estoy pensando en Bufalino: «Ser el único lector de uno mismo. ¡Qué vicio de emperadores!».

Algunas críticas

POETA DE LA OQUEDAD Y DE LA SÍNTESIS
(Silverio Sánchez Corredera – LA NUEVA ESPAÑA)

Fernando Menéndez acaba de publicar un libro de poemas, que contiene cinco poemarios: dos nuevos, En la oquedad de tu nombre, que da título al conjunto, y En el fondo de tu mudez, y otros tres libros que ya habían visto la luz anteriormente: Fondo Blanco, Contigo y Sin fondo. Habrá quien pueda leer sus 107 páginas en una hora y habrá quien no pueda cerrarlo y darlo por acabado nunca, atrapado en el enigma de los repliegues de un contar mínimo y de un decir máximo.

Fernando Menéndez es profesor de Filosofía en un instituto gijonés, pero tiene alma de poeta sin remedio…

Viene destacando como el poeta español más importante, seguramente, en la composición de haikús, estrofas originarias de Japón de tres versos, que pugnan por concentrarse al tiempo que persiguen irradiar su máximo sentido, como podemos leer en Plumas de invierno (1994): “Entre los muslos/ corren aguas de mares / y saltan versos”, o en Fondo Blanco (1994): “Me siento contigo / a morir en ti”.

Ha de ser fácil a un profesor de Literatura hacer ver qué es un pareado, una cuaderna vía o un soneto, pero creo yo que ha de ser bien difícil expresar en qué consiste eso que llamamos poesía. Como en los laboratorios científicos, puede hacerse un experimento: Abramos una página al azar de su nuevo libro y leamos: “Dudo de mi palabra / porque escribirte/ no me sublima. // Dudo de mi memoria / porque pensarte / no me compensa. // Vivo mi duda queriéndote / más que mi duda”. Si no nos dice nada, el experimento ha sido fallido: hay quien no tiene oído musical, quien no tiene facilidad aritmética y quien no tiene sentido poético. Pero si el poema nos llega, nos dice algo, no sólo por lo que trasmite, sino porque el sentido nace del mismo modo de decirlo y porque esa expresividad formal consigue captar un sentimiento reconocido (a veces también ambiguo, como el sentir mismo), apresado en un fotograma emocional, que son quizá sentires banales, comunes, cotidianos, fundamentales, pero que han tenido la virtud de ser dichos bellamente, de haber sido puestos en la voz, a través de la magia que añade la sencillez de la palabra poética al simple decir.

La poesía de Fernando Menéndez es un diálogo en soliloquio con la oquedad, con la vida, con el amor que recubre la concavidad de esa oquedad y con la belleza con la que anuda él ambas cosas. Y en ese entreverar vida, amor y belleza, en realidad: oquedad, concavidad y palabra, quien tiene la virtud de ser poeta, o quien sabe degustar la poesía, puede alcanzar esa rara belleza que le prestan las palabras al puro sentir. Ésa es la fuerza del lenguaje, que no se acaba en el lexema, en la frase, en el discurso, porque puede decir siempre de otro modo, decir y al decir poner al descubierto algo no exactamente proferido, sino simplemente dicho en el mismo modo de expresarlo.

Como poeta filósofo que es, si nos vienen sones tenues de Heráclito, Heidegger, Kierkegaard, Zambrano, Nietzche o Pascal, es muy posible que sean más que espejismos salidos de las arenas de las palabras. Pero aun cuando él lo negara, qué más daría. Leemos: “Las dunas, / como los hombres, / se esconden y se escapan / detrás de sus apareceres”, y ¿no están aquí Heráclito y Heidegger a un mismo tiempo? Pero no se trata ahora de buscar la interterritorialidad de la poesía y la filosofía, cuestión algo erudita y, posiblemente, aburrida si no se sabe de qué se está hablando. Además, la filosofía es más, en cierto modo, como la arquitectura o la ingeniería: un saber que pretende construir espacios, mientras que la poesía es más como la comida y como la música: gusta o no gusta (sin olvidar que hay paladares capaces de captar matices escondidos).

Pocas palabras, las mínimas; textos sencillos, sentidos sugeridos en lo que se dice más que dichos propiamente, contrastes de palabras que se contradicen en el decir y de ahí, en paradoja, aprehensión del sentido buscado; mínimum expresivo que se desborda en un sentido diáfano o deliberadamente ambiguo, frases claras como el agua al lado de otras que como enigmas esconden siempre un pliegue de otra posible lecturas, como éste: “Por la sombría y seca / raíz del olivo, / dibujo la verde pauta / del corazón: / un halo de luz y tinta”. Nihilismo del vivir que descubre la belleza, belleza que se recrea en las concavidades del amor, sentir al que finalmente sólo le queda la palabra para captar la belleza, el único bien aprehensible, porque el amor y la vida están yéndose siempre. Ése es el decir poético de Fernando, quien nos ha dado en un poema su autorretrato: “No tengo dudas del verso, / de la materia del hombre, / ni apego a la naturaleza / de la existencia: / metamorfosis del bien y el mal; / como tampoco al juego del arte / y el dinero, / porque margino / la obra de la costumbre / y la mentira”.

Además, como un regalo, el libro viene ilustrado con sugestivos y existenciales dibujos de ese gran pintor que es Kiker. Kiker, amigo de Fernando desde el alba de la juventud, sabe muy bien que sus dibujos se inmortalizarán entre esos versos.

Reseñas

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